“¡Vámonos!”
No es una frase prestada de Rafa Nadal o de ningún otro gran deportista. Es lo que dicen los rusos cada vez que inician algo importante. Imitan al gran mito moderno de su nación, Yuri Gagarin, el primer hombre en el espacio.
Entonces Rusia no era una nación independiente: era la república dominante de las 15 que formaban la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS. La nación estaba inmersa en la Guerra Fría contra Occidente, contra su sistema de libertades políticas y económicas. Y la carrera espacial era una parte muy importante de esa guerra: era fundamental en la batalla propagandística, con la que se trataba de ganar para su causa a las élites políticas y a colectivos amplios de ciudadanos de las demás naciones.
Por eso fue tan importante que ellos fuesen los primeros en cada hito en los albores de la conquista del Espacio: como cuando pusieron en órbita el Sputnik 1, el primer satélite artificial. Y el Sputnik 2, con el primer animal en el espacio, la perra Laika.
¿Quién era Gagarin?
“Cedro”, el nombre en clave con el que se le conoció durante el desarrollo del proyecto, era hijo de un carpintero y de una ordeñadora de un koljós soviético (una granja colectiva). Era de raza eslava, tenía una sonrisa casi permanente, era serio, profundo, moral y creía en los principios políticos del régimen al que servía. Era perfecto para encarnar el ideal de hombre soviético, era lo suficientemente pequeño como para caber en la pequeña nave espacial, y fue el que mejor superó las pruebas preparatorias. Por ello no es de extrañar que sus jefes le seleccionaran a él de entre 3500 candidatos, todos pilotos de la aviación militar.
Fueron dos años de entrenamiento que le prepararon para algo que nunca se había hecho antes y que podía salir mal. De hecho, dos naves se habían incendiado durante las pruebas al poco de despegar, y para el día de la verdad había preparadas ambulancias y equipos médicos en previsión de lo peor. Gagarin compartía el nerviosismo y la excitación de todo su equipo y de todos los rusos, pero tenía una fe profunda en el éxito de la misión. Dentro de la nave dejó escrito: “¿Qué puedo decirles durante estos últimos minutos antes de empezar? Toda mi vida se aparece ante mí en este único y hermoso momento. Todo lo que he hecho y he vivido ha sido para esto.”
Pero el 12 de abril de 1961 todo salió bien y Yuri Gagarin, durante 108 minutos, y a una velocidad de 28000 km/h, se convirtió en el primer humano en navegar por el espacio. Dio una vuelta completa a la Tierra, durante la que se le oyó decir: “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”. El Vostok 1 también superó con éxito el mayor riesgo de todos: la vuelta a la atmósfera, y Gagarin pudo ser propulsado por su asiento eyectable a 7 km de tierra y retornar plácidamente en paracaídas. La campesina que lo encontró acertó al preguntarle: “¿Vienes del espacio?”. “Ciertamente, sí. Pero no se alarme: soy soviético”.
Lo que siguió fue un recibimiento en Moscú digno del Ejército Rojo tras la conquista de Berlín. La celebridad, el ser reconocido por las calles para el resto de sus días. Las canciones en su honor. Los viajes para promocionar la hazaña soviética. El ser recibido como un héroe en medio mundo. Su elección como diputado del Soviet Supremo…
Y también la prohibición de volver a volar. Y su descubrimiento de que todo el programa espacial soviético se sometía a las necesidades de una posible guerra con Occidente. Y el alcoholismo. Y el salto por la ventana desde un segundo piso cuando se vio perseguido por su mujer, quien le habría descubierto tratando de seducir a una enfermera del sanatorio en que acabó ingresado.
Y el levantamiento de la prohibición de volar: era mejor correr con el riesgo de un accidente que ver al héroe nacional desintegrarse entre el tedio, la desesperanza y las adicciones. Pero el temido accidente llegó cuando probaba un nuevo reactor, el MIG-15, dicen que tras sufrir un ataque de pánico a causa de su ebriedad y de un conducto de ventilación abierto. O puede que a causa de la onda de choque causada por un vuelo supersónico de otro reactor demasiado cercano. El hecho es que el primer hombre en el espacio fallecía entonces a la edad de 34 años.
Su memoria
El legado de Yuri Gagarin permanece en el nombre de pila de miles de rusos que nacieron después de su gesta. Permanece en su memoria, y así, esos ojos tristes que, según Dostoievski, permiten reconocer a un ruso en cualquier parte del mundo, se iluminan al oír su nombre. Permanece como la sonrisa que iluminó la Guerra Fría. Permanece en la fecha del Día del Espacio, declarado por la ONU cada 12 de abril. En el nombre de un cráter lunar y en el de un asteroide.
Y permanece en los rituales de todos los cosmonautas rusos. Cuando el autobús que les transporta está a punto de llegar a la estación espacial de Baikonur, en Kazajstán, de la que habrán de partir para el Espacio, lo mandan parar. Entonces se bajan, dan un pequeño paseo hasta la rueda trasera derecha, y orinan contra ella. Lo hacen porque eso fue lo que hizo el primero de todos ellos.
Aquel día, justo antes de que la nave Vostok 1 despegara de Baikonur, Yuri Gagarin dijo la que podría haber sido la última frase de su vida. No lo fue. Y quedó impresa en la mente de todos los rusos como muestra de coraje, de entusiasmo y de emprendimiento. Como reflejo de lo mejor de ellos mismos:
-“¡Vámonos!”