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Paisajes de Los Arribes

6 de enero de 2024

Los Orígenes

La historia de los Arribes comienza hace unos 500 millones de años, cuando el actual oeste de la Península Ibérica formaba parte de un pequeño continente, Armórica, que comparte con parte de las actuales África y Europa. El deshielo que llega al final de una larguísima glaciación hace que suba el nivel del mar y Armórica quede así sumergida. Sobre ella se depositan entonces grandes cantidades de arcillas y arenas.

La colisión de 2 enormes supercontinentes entre hace 380 y hace 280 millones de años, da lugar a la unión de todas las tierras emergidas y al supercontinente Pangea. La sumergida Armórica es comprimida y proyectada de nuevo a la superficie. Las antiguos sedimentos arenosos y arcillosos son compactados y transformados primero en arcillitas y areniscas, y después en las cuarcitas, pizarras y esquistos que hoy tenemos en todo el oeste peninsular, incluida la comarca de Sayago. Además, la colisión también produjo la fusión masiva de rocas a gran profundidad; el magma silíceo que resultó de ello asciende, se enfría. solidifica y crea una enorme cordillera granítica a lo largo de la línea de choque: el orógeno Varisco, del cual forma parte el Macizo Ibérico, que constituye el actual oeste peninsular.

Pero el interior de nuestro planeta aún estaba, más de 4000 millones de años después de su formación, muy caliente, a varios miles de grados de temperatura. Y ese calor quiere salir a la superficie y dispersarse en la nada del espacio exterior. Y presiona, en forma de magma, contra todo lo que haya encima. Así fue que, hace unos 175 millones de años, cuando los dinosaurios alcanzaban su apogeo, el magma que empujaba desde el manto terrestre comienza a resquebrajar la Pangea, y el Macizo Ibérico queda separado del resto de las tierras emergidas.

O más bien lo que quedaba del Macizo Ibérico, ya que nada más formarse comenzó a ser lentamente desmantelado por la erosión del viento, la lluvia, los ríos… el resultado es una llanura de arrasamiento o penillanura, salpicada por pequeñas sierras graníticas que consiguieron resistir a duras penas esa prolongada erosión: el Sistema Central y el Macizo Galaico, principalmente. Esa penillanura estaba ladeada hacia el Este, hacia el actual Mediterráneo, y allí iban a dar esos sedimentos.

Cuando hace unos 30 millones de años, la presión de la placa africana contra el Macizo Ibérico lo empuja contra Eurasia, todos los sedimentos calcáreos depositados al norte y al este se comprimen y se elevan: es la Orogenia Alpina y con ella aparecen los Pirineos y se levanta el actual este peninsular, de naturaleza caliza. Y se eleva tanto que los antiguos bloques del Macizo Ibérico se fracturan y basculan hacia el Oeste. Las aguas de esta zona buscan una nueva salida al mar y la encuentran en el Océano Atlántico, en parte a través de las fallas que se forman en esta época. Así aparecieron el río Duero, su cuenca de afluentes y todos los cortados fluviales de los Arribes.

Hoy en día, con la Orogenia Alpina en su fase final, continúa el progresivo hundimiento del oeste peninsular. Mientras tanto, el Duero y sus afluentes alisan lo poco que queda por erosionar de las suaves ondulaciones de la antigua penillanura, la actual meseta castellana, al tiempo que siguen excavando y profundizando las antiguas fallas, los actuales cortados fluviales, con caídas superiores a los 400 m.

Penillanura

Penillanura y Cortados: Paisaje Agrícola y Ganadero

Las dos unidades ecológicas de los Arribes contrastan y dan riqueza al paisaje. Si en los cortados dominan las verticales, la horizontalidad es la dimensión de la penillanura, a veces interrumpida por los restos menos erosionados del Macizo Ibérico, como el cerro de Peñausende o aquel en el que la ermita de la Virgen del Castillo domina sobre los tajos del arroyo del Pisón y el río Duero.

Hoy día la penillanura es una superficie bastante aclarada, fruto de la tala de antiguos bosques silvestres. Se aprovecha para la ganadería y para la agricultura, pero esta queda muy limitada por el escaso espesor de los suelos y por su acidez, ya que son el resultado de la erosión del zócalo granítico. El paisaje agrícola tiene en los Arribes un elemento embellecedor de gran valor: las cortinas, hermosos muros de piedra que siguen un patrón constructivo característico y que sirven de refugio a animales (la musarañita) y a plantas (el ombligo de Venus). Además, las ocasionales interrupciones de los afloramientos graníticos, el berrocal, añaden diversidad paisajística, pues aquí el cereal deja paso a cantuesos, jaras, piornos y escobas. Pero son las manchas forestales las que visten de color la penillanura: el Hombre las ha transformado en bosques aclarados, las dehesas, en las que se desperdigan encinas, alcornoques, rebollos y quejigos, por las que serpentean arroyos cubiertos de ranúnculos, y en las que habitan el águila culebrera, la carraca y la oropéndola.

Por su parte, la cubierta vegetal de los cañones fluviales ha sido alterada por los incendios, las prácticas ganaderas y la agricultura en bancales. El aterrazamiento permite evitar la pérdida de suelo fértil y facilita el cultivo de viñedos, olivos y frutales. Sus partes más inaccesibles permanecen en estado natural y solo acusan la ocasional dentellada de las cabras. En sus laderas, el efecto abrigo propicia un clima mediterráneo de inviernos más suaves y así, entre acebuches, enebros y madroños encontramos peonías, narcisos y orquídeas, de cuya vista imaginamos que también disfrutan el buitre leonado y el águila perdicera y, cuando nos visitan, el alimoche y la cigüeña negra.

La improductividad de parte de los terrenos de los Arribes, su tortuosa historia geológica, sus contrastes, la alegría serana de sus cursos de agua y el empleo de prácticas agrícolas y ganaderas que transforman, pero no destruyen el medio natural, son las grandes razones de ser de un paisaje que hace que venir a esta tierra sea un motivo de disfrute, una causa de bienestar.

Cortado Fluvial

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